El contraste dolió desde el arranque. ¿Qué pasó con el San Martín que plantó bandera ante River en Santiago del Estero y salió con hambre de gloria? El ascenso no da prórrogas y en Puerto Madryn el contexto era espeso: cancha, tribuna, poder local, pero lo que faltó no fue logística: fue hambre. Ahí, justo ahí, faltó el filo. La espina de noviembre de 2024 pedía otra respuesta, pero no llegó.
El prólogo fue un cachetazo de realidad. Darío Sand, otra vez enorme, tapó una pelota que pareció desactivar la tormenta. Del córner siguiente, Madryn olió sangre y fue al hueso. A los 7’, Germán Rivero empujó el 1-0. Demasiado temprano para andar regalando pelota y nervios. San Martín no conseguía sostener la presión; cuando lograba acercarse, faltaba alguien que mordiera el área.
Hubo una señal a la que agarrarse: tras una falta a Martín Pino, quedó un tiro libre casi al borde del semicírculo. Juan Cruz Esquivel se hizo cargo y le dio con fe, pero Yair Bonnín respondió firme. A los 34, otra de Esquivel, esta vez desde la izquierda: remate y manos seguras del arquero. El equipo se paró (casi) igual que con River; la única variante fue Esquivel por Franco García, que no pudo viajar. ¿Por qué, entonces, el cambio de imagen? Si la “semana igual” terminó con una cara opuesta, el problema no estuvo en la pizarra.
Lo que vino fue la parte que duele ver. El minuto 37 dejó una marca: un despeje fallido de Guillermo Rodríguez le cayó servido al delantero local y Luis Silba firmó el 2-0. Cuando un líder te huele débil, acelera. Y al filo del descanso, Rodríguez cometió un penal clarísimo que le costó amarilla. Ejecutó Nazareno Solís y Sand contuvo. En el rebote, otra vez Sand. A la tercera, Diego Crego la empujó. Gol, 3-0. El arquero como héroe… y paracaídas. Sin red abajo, no hay epopeya que aguante.
La charla del entretiempo llegó con cambios rápidos. Entraron Aaron Spetale por Nicolás Castro y Franco Quiroz por Hernán Zuliani, que había sufrido en las salidas y en la pérdida de balones. San Martín, por fin, empujó con algo más de amor propio. Los centros comenzaron a caer, aunque sin receptor; cuando aparecieron Esquivel y Pino, Bonnín volvió a decir presente. Faltó esa cosa básica que distingue al que compite del que sueña: ir al primer palo como si ahí estuviera la vida.
El descuento llegó con nombre y apellido propio. Con el ingreso de Juan Cuevas, el equipo tuvo chispa: recuperó, arrancó y metió el envío justo para que Pino descontara a los 64. Ahí asomó la rebeldía que había faltado. Campodónico siguió moviendo: Tiago Peñalba por Mauro Osores para airear la zaga; más tarde, Ulises Vera por Matías García para cambiarle el pulso al medio. La intención de del DT estuvo; la claridad, no tanto.
Queda la sensación de que la derrota fue dura, pero pudo ser peor. Sand evitó una goleada y sostuvo al equipo cuando la noche se venía encima. El 3-1 fue tajante y, sí, duele por lo que había mostrado San Martín contra River: personalidad, orden, hambre de gloria. Esta vez salió dormido, con una defensa que flaqueó y un ataque que no concretó las que tuvo. No se trata de “señalar” a nadie, se trata de entender el momento: el campeonato se juega ahora y dormirse no es opción.
La pregunta que hay que responder puertas adentro no es táctica sino emocional: ¿qué faltó para repetir esa ferocidad de Copa Argentina? Con Madryn puntero e invicto de local, el contexto era bravo; pero la obligación de pelear el ascenso exige otra actitud desde el minuto cero.
La buena noticia, porque las hay, es que no hace falta reinventar la rueda. Cuando Cuevas mordió y Pino atacó el centro, el arco se abrió. Cuando el equipo adelantó metros sin entrar en el desorden, Madryn retrocedió. Hay material para competir, falta encenderlo. El ascenso se juega todos los fines de semana, no sólo en las noches grandes de Copa. La vara quedó alta contra River y eso es una responsabilidad, que no quede como un recuerdo épico para colgar en la pared.
Al final del día, lo que exige el campeonato es sencillo de decir, pero difícil de sostener: salir despierto, defender con rigor, atacar con hambre. Dejar de regalar minutos, evitar errores groseros y poblar el área con decisión. Sand ya habló en la cancha; el resto tiene que poner la firma. Porque San Martín puede perder, pasa, pero no puede volver a perderse a sí mismo. Y esa, más que la del marcador, es la única derrota que no se negocia.